viernes, 26 de febrero de 2010

Niña del Sur

Nunca en mi vida escuché tanto flamenco ni música de tipo similar como ahora.
Siempre me he decantado por el rock, el metal o el pop, en general sonidos metálicos, duros y fríos. Sin embargo, desde que estoy aquí en Madrid necesito, por decirlo de alguna forma, escuchar unos acordes de guitarra flamenca, de palmeo o de quejíos… No hablo del flamenco tonadillero de pelo largo y laca, si no del callejero, del que se canta por un plato comida o por sustancias libidinosas, de ese que entonas con algunas copas de más cuando te reúnes con amigos, en definitiva, del que acepta la amargura de la vida y decide afrontarla. Quizás este tipo de música me transporte al trocito de Andalucía de mi memoria interna, donde los días son alegres y soleados, la gente es amable y la comida es exquisita.

Decía un libro que pasó por mis manos hace mucho tiempo que “quien corta con sus raíces se marchita”, probablemente, lo que deseca a la persona que se marcha de su tierra, sea matar el recuerdo de lo conocido, de las caras familiares y los rincones con miles de historia. Lo que si es cierto, y me doy cuenta con el paso de los días, es que cuando estás fuera tiendes a idealizar lo que has dejado atrás.

Para mí Andalucía, y en concreto Sevilla, no es la frustrante realidad que veo cuando estoy allí, desde mi hueco oscuro veo mi tierra como playas desiertas, azules kilómetros de mar, noches de verano y siglos de historia en cada pequeño rincón. Me acuerdo de las primaveras en sus valles, de la recogida de la aceituna y la visión del calor extremo en el ambiente, esto último puede no parecer un buen recuerdo, sin embargo, asumo que la relación con la ciudad que te ve nacer es un matrimonio indefinido, para lo bueno y lo malo.

Tampoco hago gala de tradicional, pero daría lo que fuera por estar disfrutando una copa de manzanilla dentro de una “caseta”, comiendo unos churros tras la entrada en su templo de la última hermandad o, extendiéndome a otras tradiciones menos conocidas por mi persona, sentada en un “patio cordobés” delante de una “cruz granadina” oyendo “cuplés chirigoteros gaditanos” mientras preparo mi visita a las “fiestas colombinas” degustando un buen plato de jamón con aceite jienense y los recuerdos del agua cristalina de Cabo de Gata.

1 comentario:

Leila Sand dijo...

¡Precioso!, me ha encantado, qué pena que escribas tan de tarde en tarde.

En realidad soy de las que perdieron hace muchos años sus raíces y eso, lejos de marchitarme, me ha enseñado a respetar, valorar y amar otras tierras, y a veces por qué no, a plantar semillas en algunas de ellas, sabiendo que por nuevas que sean, tendrán raíces también.

Un beso fuerte y si me permites una especie de sugerencia, intenta disfrutar con cada cosa que la vida te ofrece, nuestro paso por aquí es más rápido de lo creemos.

P.D.: Realmente disfruto leyéndote.